Crónica: En Medellín el fútbol no se juega, se siente

Por: Dairo Pérez
La tarde en Medellín era una postal de fiesta. Las tribunas del Atanasio Girardot latían como un solo corazón dividido en dos colores: rojo y verde. Banderas, cánticos, bengalas, la pasión a flor de piel. Eran las 4:10 p.m. cuando rodó el balón y comenzó el clásico paisa número 338, un duelo que nunca decepciona, que siempre deja alma, sudor y algo de historia.
Los primeros minutos fueron un duelo de voluntades. Mucho tránsito, roces, tensiones. Pero fue el Poderoso quien encendió la chispa con la velocidad endiablada de Francisco Chaverra. Al minuto el número 13 desbordó por la banda y sacó un zapatazo que acarició el grito de gol. Respondió Nacional con toques precisos y con un ataque peligroso de Matheus Uribe que no logró definir. Era un partido de ida y vuelta, como una batalla de boxeo en la que ambos se golpeaban sin dar tregua.
David Ospina, volador y líder, salvó al verde con una acción fuera del área al 18’. Al 24’, Bryan León rompió la red pero su tanto fue invalidado por fuera de lugar. El VAR, como protagonista silencioso, también intervino. Al 34’, una carga ilícita sobre Billy Arce fue revisada por el central y convertida en penal. Edwin Cardona, con su jerarquía intacta, definió al 39’ para poner el 1-0 y romper el silencio con rugido verdolaga. A pesar del golpe, el DIM no se escondió: Serna exigió a Ospina al 44’ y así, con polémica, emoción y tensión, se fue el primer tiempo.
El segundo tiempo comenzó con la misma temperatura alta. Al 51’, una agresión de Francisco Chaverra dejó al rojo con uno menos. Diez minutos después, Nacional casi aumenta con un cabezazo de Tesillo, pero Aguerre voló para mantener con vida al Medellín. Arce y Morelos lo intentaron por los verdes; Marcus Vinicius y León buscaron el empate por los rojos. Era un duelo de arqueros: Aguerre sostenía al DIM; Ospina lo hacía con Nacional. Cada atajada era un poema defensivo.
El partido parecía cerrado. El reloj marcaba el 89 cuando llegó la explosión: jugada colectiva del DIM y Marcus Vinicius, con sangre fría, firmó el 1-1. El Atanasio tembló. En los minutos finales, el partido se desbordó. Campuzano y León vieron la roja por agresión mutua y el DIM terminó con solo ocho jugadores.
El pitazo final sentenció un empate 1-1. No hubo vencedor, pero sí mucho fútbol. El clásico paisa 338 fue más que un juego: fue una guerra deportiva con aroma de final, un duelo que dejó al Atanasio lleno de aplausos y gargantas roncas. Porque en Medellín, el fútbol no se juega… se siente.
Sin comentarios