QATAR 2022 – Día 13 Me suena me suena

Por: Julián Ochoa

Agencia Informativa Acord Antioquia

Como el meme “Mac Allister es Millos en Catar”, que bromea con el criollo David Macálister Silva y el jugador argentino que está en Doha, leí hace poco en Marca o en El Espectador un encuentro que liga algo que me sonaba.

Así como nuestro “Tigre” Radamel Falcao García fue nombrado en recuerdo de Paulo Roberto Falcão (falcão es halcón y no tigre) y mi hermano es Paulo César por Paulo Cesar “Caju” Lima, el ecuatoriano Djorkaeff Reascos me sonaba.

Hace poco registraron el encuentro en Qatar 2022 de Youri Djorkaeff y Djorkaeff Reasco para contar la historia que los une. Néicer Reasco, mundialista con Ecuador en 2002 y 2006 vio jugar al francés que defendía título: fue el ídolo de Germania y Néicer, pero “la pagó” el hijo.

Nombres y apellidos de futbolistas no suelen ser mayoritarios en el habla predominante en sus países. Unos, por esos homenajes o porque en su casa les parecía mejor un nombre extranjero. Otros, porque las patrias son tan casuales como las cualidades para el fútbol.

Con la autodeterminación de las colonias sucedánea a la Segunda Guerra, aparecieron cartas de ciudadanía y oportunidades en cualquier rincón o isla que sirvió a su imperio. La movilidad humana llevó súbditos y exsúbditos a defender banderas a cambio de la gloria y del nivel de vida que no tenían en sus cunas.

Suramérica ha tenido campeones mundiales de fútbol que no son de Brasil, Uruguay y Argentina. Ni siquiera de los otros 7 de la Conmebol. La Guayana Francesa ha tenido jugadores que levantaron la Copa Mundo.

La tercera parte de la población de Surinam emigró a los Países Bajos tras su independencia en los 70 y, ya criados, algunos surtieron la selección que se llamaba Holanda, semifinalista en Francia 1998.

Ser negros era contrastante con el imaginario de lo que era un holandés. Floyd, Winter, Bogarde, Reiziger, Seedorf, Kluivert y Davids, que jugaba de gafas, eran un salto más del andar que empezó en África, pasó por América y asentó en Europa.

Willy Karembeu, de Nueva Caledonia, cerca de Australia, fue importado en 1931 como pieza de zoológico por el Jardín de Aclimatación de París en 1931. Su nieto, Christian Karembeu, que llegó jovencito a Nantes, jugó en la campeona Francia de 1988, pero nunca cantó La Marsellesa. No se sentía un “enfant de la Patrie”.

Esa selección sí que era una “Resto del Mundo”. El arquero Bernard Lama, con ascendencia de Guayana Francesa; Liliam Thuram, Bernard Diomède y Thierry Henry, nacieron o venían de padres de Guadalupe, allí no más en el Caribe.

Pero allende el Mediterráneo sí que habían surtido a la campeona en casa del 98 y defensora de 2002. De padres del Magreb, estaba el mejor del Mundial, Zinedine Zidane, francés por los 2 goles de la final, argelino por un cabezazo en el pecho al italiano Materazzi por “mentarle la hermana”.

Zidane era clarito de piel. También Vicente Lizarazu, vasco francés. Así como los de origen armenio Alain Boghossian y Youri Djorkaeff, nombre inspirador de este escrito.

Eso era pasable para un país que retoñaba a la segregación con políticos como Jean-Marie Le Pen, jefe del Frente Nacional: “tal vez hay una proporción exagerada de jugadores de color”.

Eran muchos los negros, sí, y los tradicionales apellidos franchutes, no. Sonidos como Mikaël Silvestre o Sylvain Wiltord no ubicaban ni región ni melanina, teniendo su piel cacao oscuro , la misma de Djibril Cissé, de Costa de Marfil; Marcel Desailly, de Ghana; Claude Makélélé, del Congo o el nacido en Senegal, Patrick Vieira, de padres de Cabo Verde, colonia portuguesa.

Siquiera la Copa Mundo le calló la jeta a Le Pen, aunque ese país renació a los prejuicios, producto de los miedos que han sembrado en este comienzo del siglo hacia quienes no sean parecidos al ideal de esos partidos de minorías nativas.

Países en decadencia ética y discriminadores de aquellos que sienten invasores para todo, menos para que consigan títulos deportivos y ganen guerras de colonización. Me suena, me suena.

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