El deporte, por sí mismo, no es un antídoto para la violencia

Diego Londoño, Socio ACORDEl deporte suele concebirse como una de las vías más efectivas, entre muchos otros ideales sociales, para la promoción de la convivencia. Ello es cierto pero bien relativo: pudiera darse, pero bajo condiciones muy específicas. En otras palabras, el deporte no es una respuesta mágica a las dificultades sociales por sí mismo sino que puede ser, con una orientación específica, una herramienta efectiva para posibilitar la interacción armónica entre seres humanos con diferencias marcadas en preferencias u orientaciones de diversa clase.

Puede sonar a obviedad tal aseveración pero, continuamente, se plantean programas, proyectos y acciones que suponen que el deporte per se es la clave para la transformación social de sus participantes. Si analizamos la producción y reproducción de la trampa, la simulación, la violencia verbal dirigida a los jugadores y entrenadores, la búsqueda de la victoria sin importar el cómo y demás prácticas ancladas al deporte, principalmente el del alto rendimiento, dicha visión queda, como mínimo, en duda.

No existen recetas sobre el cómo pero sí pueden establecerse algunas pautas o elementos orientadores. Con base en mi experiencia en deporte para el desarrollo comparto algunas de esas consideraciones (sin un orden estricto de relevancia), para quienes desarrollen o planeen acciones bajo esa perspectiva. El tema da para discusiones mucho más extensas pero intenté sintetizar unas ideas acá:

1) Destine espacios para el diálogo y la reflexión: aparte de la práctica del deporte, con sus beneficios a nivel de salud, es importante hacer explícitos los detalles del juego a nivel de convivencia que se dan: la cooperación, la diferencia como posibilitadora de fortaleza grupal, entre otros. El diálogo posterior al entrenamiento o partido que incluya elementos adicionales a los tácticos y estratégicos es crucial si se pretende favorecer otro tipo de incidencia más del orden psicosocial.

2) Coherencia en el discurso y la praxis: el discurso, a su vez, es una práctica. Por más complicado que pueda ser, el formador o acompañante del proceso debe buscar una coherencia entre lo expresado y lo expuesto desde sus acciones. Por ejemplo, si habla de respeto por el árbitro y los rivales debe ser un ejemplo vivo de ello.

3) Más preguntas que sentencias morales: en lugar de llegar con un repertorio preconcebido de juicios morales, de lo que “debe” y “no debe” hacerse, el facilitador del proceso debe estar en capacidad de plantear interrogantes, con base en lo ocurrido en la cancha y la realidad social que pretenda pensarse, que abran el espectro de comprensión de los jugadores. Agudizar la atención durante la práctica que permita abstraer lo ocurrido y llevarlo al diálogo es una de las habilidades a fortalecer en quien lidera el espacio pedagógico. Saber preguntar en este contexto es, como en muchos otros, una de las tareas que exige mayor rigurosidad y mejoramiento permanentes.

4) El deporte es el medio, no el fin: si realmente su interés es hacer un aporte social benéfico la calidad de su propuesta dependerá, en buena medida, de que su mirada trascienda a la simple enseñanza técnica y táctica del deporte. Esa opción será mucho más factible si asume el deporte como el medio para fines sociales más allá de la competencia entre dos o más deportistas o colectivos.

El ofrecer espacios de diversión o de aprovechamiento del tiempo libre, uno de los argumentos más frecuentes al justificar el uso del deporte para fines sociales más profundos es un aporte importante pero los cambios estructurales que se proponen requieren un abordaje mucho más complejo y sistémico. De muy poco servirá el ocupar a niños, niñas y jóvenes de practicar un deporte si la orientación allí encontrada apunta a la reproducción de las mismas lógicas en las que están sustentados buena parte de los fenómenos de violencia, como la segregación, la estigmatización y la pretensión de superar el otro de cualquier forma. Esa última sentencia requeriría un debate ético y hasta moral mucho más extenso.

El profundizar en las posibles reflexiones, metáforas o analogías que se desprenden de cada gesto técnico, planteamiento técnico o resolución dentro del campo de juego resulta central si se pretende construir una metodología o, al menos, unas sesiones de entrenamiento que partan del deporte como medio de transformación. Por ello, hace falta conocer el mundo simbólico del deporte: cada disciplina deportiva, con sus particularidades, ofrece una gama de opciones reflexivas específica. Ideales como la ruptura de fronteras o la integración de comunidades enemistadas y la lucha contra la discriminación podrían favorecerse de metodologías que empleen el deporte pero sin esperar que de él emerjan, de forma milagrosa, esas modificaciones.

Diego Londoño
Periodista

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