Recuerdos del estadio Atanasio Girardot

Por Fredy Alexander Pulgarín

“No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie”. Hoy, casi cinco meses después, el Coloso de la 74 permanece enmudecido por el Covid-19, pero su cancha, sus graderías, sus camerinos, cada uno de sus rincones, hacen retumbar miles de recuerdos que viven en los corazones de los amantes del fútbol.

Un zurdazo del volante Javier Reina significó el triunfo del Medellín ante Millonarios, esa noche oscura del sábado 7 de marzo, cuando la ciudad también vivía una emergencia ambiental que auguraba tal vez todo lo que iba a pasar. Sin embargo, la afición antioqueña, ni en la más horrible pesadilla, imaginó que ese sería el último gol antes de este aislamiento que tiene al mundo entero encerrado y al estadio Atanasio Girardot en su más larga ausencia futbolística.

La falta de aficionados en el Atanasio me recuerda a Eduardo Galeano, escritor uruguayo, que hace algunos años también nos preguntó en uno de sus hermosos relatos: “¿Ha entrado usted, alguna vez, a un estadio vacío? Haga la prueba. Párese en medio de la cancha y escuche. No hay nada menos desolado que un estadio vacío”.

En el Atanasio suena todavía el gol más bulloso de aquellos cuartos de final de Copa Libertadores de 2016, cuando en el minuto 95, Orlando Berrío puso a celebrar a la hinchada verde, dejando por fuera a un aguerrido Rosario Central. La serie finalizó 3 a 2 y desde ese momento Nacional se catapultó como el gran favorito para levantar su segundo título libertador.

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En el máximo escenario de los antioqueños aún se ven aquellos papelitos que pintaron las tribunas con un tifo monumental que decía “Poderoso”, también en 2016, marco perfecto para que el equipo rojiazul lograra su sexta estrella con dos goles de Christian Marrugo, para apabullar a un experimentado Junior de Barranquilla.

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En las tribunas pintadas de verde, y una mancha roja en la tribuna oriental, aún se recuerda aquel gol agónico de Juan Pablo Ángel en 1994, a pase de Víctor Aristizábal, para que Nacional se alzara con su sexto título. Fue el título en honor a Andrés Escobar, los gritos estaban llenos de muchas emociones encontradas.

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En la tribuna norte, que no tuvo parafernalia roja y azul en el último juego, aún se suspira el triunfo en la final de 2004 a su rival de plaza, celebrando así el único título disputado de manera directa entre los equipos paisas.

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Un gol de Jorge Horacio Serna y otro de Rafa Castillo en el partido de ida, sentenció el resultado para el Poderoso y marcó para siempre otro de esos hitos en el fútbol de la región.

 

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Son recuerdos infinitos, la historia no es una sola, no solo la determinan los títulos o las grandes gestas deportivas, tal vez un simple partido, una anotación o hasta una mínima jugada que no fue gol, puede quedar marcada para un hincha en su corazón para la eternidad. Hay personas que dicen que los estadios no tienen vida, tal vez si ellos nos hablaran, nos llenarían de emociones eternas e inmortales.

Mientras tanto, encerrados en nuestras casas, seguimos añorando la otra casa de todos, las tribunas de cemento que tiemblan cada vez que hay un gol, que gritan de emociones cuando se gana y también cuando se pierde, que construyen junto a jugadores e hinchas la historia que a pesar de los muchos años, siempre va a estar ahí, en la cancha, en el estadio, en la memoria de todos.

 

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